El punto de ruptura
Después de 15 años de relación y con dos peques de 5 y 3 años, la vida en pareja se me rompió como un vaso contra el suelo. En septiembre recogí mis cosas y volví, con dignidad medio herida, a la habitación de 9 m² en la que viví 20 años de mi vida. Ahora dormimos allí tres cuerpos: mi hija y yo en la cama de 90 cm, mi hijo sobre un colchón en el suelo.
Economía modo supervivencia
Soy autónoma desde 2018. Cuando llegó la pandemia vi cómo la mayor parte de mis clientes cerraban y mis ingresos se quedaron en 400 €/mes. Seguí pagando casi 300 € de cuota “por si remontaba”, hasta que en noviembre pasado tiré la toalla y me di de baja. No había suficientes pérdidas para el cese de actividad, y mi antiguo paro caducó. Intenté el Ingreso Mínimo Vital, pero sin un padrón independiente con mis hijos, rechazado.
Resultado: vivimos cinco personas (mis padres, mis dos hijos y yo) con los 1 000 € de jubilación de mi padre. La pensión de alimentos del padre de los niños cubre, con suerte, el comedor escolar. Entre búsqueda de curro y cuidar peques, estudio oposiciones.
La asistenta social fue cristalina: “Búscate un trabajo y sigue viviendo con tus padres.” Fin del acompañamiento.
El piso “libre” que no lo está
Mi madre heredó el piso de sus padres y lo alquiló hace dos años a una chica cubana con un niño de tres. Contrato con cláusula: si el propietario necesita la vivienda y han pasado 12 meses, hay que dejarla. En octubre mi abogada envió burofax con dos meses de plazo (desalojo el 26 de diciembre).
En noviembre la inquilina pidió no pagar ese mes para poder dar señal en otro piso. Accedimos. El 25 de diciembre avisó, tan tranquila, de que no se iba. Nuevo burofax. Esta vez ni lo recogió. Se lo mandamos por WhatsApp. Silencio.
Ella trabaja (o trabajaba) como programadora junior y cobra IMV. Dice que con su sueldo solo accede a alquileres de 400 €, cifra que en mi ciudad ya es unicornio. Por nuestro piso paga 650 €: tres habitaciones, amueblado, zona tranquila, cole y curro a un paseo. ¿Quién querría marcharse?
Vía judicial: un laberinto
En febrero iniciamos demanda: juicio en junio, desahucio en octubre. Dos semanas antes, sorpresa: no tiene abogado, juicio suspendido. En mayo anuncia que cobra más tarde y que nos pagará el alquiler… a mitad. Porque lo decide ella. Empezamos a temer lo peor: se declarará vulnerable y las reglas del juego cambiarán.
El tiempo corre distinto cuando esperas la decisión de un juez.
Cruce de vidas en el patio del cole
El detalle retorcido: su hijo y mi hija son mejores amigos; van a la misma clase. Cada mañana la veo reír, con las llaves del piso de MI familia colgando. Ella no sabe quién soy. Yo cargo con la contradicción: deseo que su niño esté bien, pero necesito un techo para los míos.
¿Por qué cuento esto?
Porque estoy agotada. Porque oigo demasiado la palabra okupa asociada a realidades que no son la mía: una mujer separada que no puede ni empadronarse para pedir ayuda. Porque me parece que el sistema nos obliga a pelear pobres contra pobres mientras los márgenes de la ley son un coladero para quien sabe moverse.
Si has llegado hasta aquí, gracias por leer. No busco piedad, solo visibilidad. Que sepamos que estas historias existen, que hay grietas enormes donde caemos familias enteras. Y que, quizá, si lo contamos, alguien encontrará maneras de taparlas.
—Una madre en el limbo