Estar gorda
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Hola chicas! Os traigo una reflexión sobre el cuerpo y el porqué no se debe opinar, ni juzgar, ni aconsejar sobre el de nadie. Siempre hay una guerra detrás, un motivo. Y a veces la lucha es dura. Así que si tienes algo que decir del aspecto de alguien, mejor cállate y mírate al espejo.
Os pongo en contexto. Me apunté a un taller de escritura y el ejercicio era mirarse al espejo durante un tiempo y escribir sobre cómo nos sentíamos, sobre las emociones. Ahí va:REFRACCIÓN
Llevo días posponiendo este momento.
Siete minutos delante de mí. A solas. Sin nadie más que mi reflejo.
Y un pulso de miradas que cuanto menos, asusta. Sin filtros. Sin excusas.
Una reverberación psíquica producida por la reflexión. Consistiendo esta en una ligera permanencia del mensaje una vez que la fuente principal ha dejado de emitirlo. Es decir, lo que tarda el contenido en llegar al oyente, o sea, a mí, después de reflejarse en la pared más cercana, concretamente, al espejo.
¡Y gualá! Empieza el espectáculo.
Un desfile de reproches, recriminando lo que podría haber sido y no es. Lo que algún día fue y nunca alcanzo. Plasmando una realidad que me persigue a cada paso. A cada mordisco.
Y cuánto más huyo, más me atrapa.
Una cárcel adiposa de la que no puedo escapar.
Qué me consume, qué me carga. Y se refleja en cada kilo de esa báscula a la que soy incapaz de subir.
Ese aparato que he borrado de mi vocabulario, de mi vista, y de mi alcance.
Me he convertido en mi peor jueza. Un jodido árbitro que no deja de sacar tarjeta roja.
Llamo a mi abogada, y no contesta.
En ocasiones mis dedos palpan mi piel. No la acarician. La rozan, pero sin aproximarse.
Y no reconocen lo que están tocando.
Y la rabia entra en escena, y cogidas de la mano con rencor, me rodean (que no es fácil) y como si del juego de las sillas se tratara, empiezan a circular alrededor.
Nunca me da tiempo a sentarme.
Entonces aparece la tristeza que me espera. De pie. Sumida en una situación no deseable.
Y me hace señas para que la alcance. Para que la acompañe.
Y a veces la sigo.
Persigo su sombra como si fuera la mía.
Pero no la acompaño.
No se lo merece. Y yo tampoco.
Luego están las cicatrices, que se han afincado sin permiso por un precio que nadie puede pagar. Una hipoteca vitalicia y encima con intereses.
Se asoma el odio. Así, sin avisar.
Le acompañan repugnancia y frustración. Muy dignas ellas.
Y corren hacía el rechazo. O hacía el baño. Para vomitar el asco que me dan.
Y luego están los complejos, que son tan difíciles de entender, cómo su propio significado. Un lexema que en esta ocasión si presenta morfemas, pero no gramaticales. Qué en su lugar ocupa una unidad máxima. Rozando la obesidad lingüística.
Es tal la complejidad, que no se puede calcular.
Si un metro se divide en 10 partes iguales, cada una de las partes se llama menú, postre o tentempié. Y así hasta 10.
Me cansa pensarlo y verlo reflejado en cada escaparate. En cada retrovisor.
Por eso paso de largo. No me giro. Ni siquiera para reconocerme. Porque no soy yo.
El espejo solo hace una cosa, reflejar la luz. Y lo que veo no es más que una ilusión óptica. La luz llega a mí y rebota en todas direcciones. Incluida la del espejo. Plasmando una realidad, que no me pertenece.Gracias por leerme.